No sabemos todavía si el fin del mundo llegará con el sonido de doradas y angélicas trompetas, o si la primavera que está a punto de llegar pintará sencillamente, sin hacer ruido, las malas nuevas de color. Los antiguos bardos decían que todo se mantiene a salvo cuando en algún lugar alguien, aunque sea uno solo, siga tocando la lira. Mientras todo ocurre y las estaciones llegan, Banksy ha dibujado en un muro londinense un gorila liberando a un montón de pájaros enjaulados que vuelan hacia un hábitat mejor.
El arte abre puertas y ventanas y alumbra lo que nos parece oscuridad. Para el increíble fotógrafo francés JR, que hace casi veinte años decoró Cartagena con sus mensajes poéticos y combativos, la conjunción estelar que burbujea en el mapa humano de las emociones se llama artivismo, que viene a ser arte más compromiso. De esta forma, el asombro, la reflexión y el sentimiento son esa reacción global por la que la calle se convierte en el museo más grande del mundo. La pasión por la vida, la belleza, el pensamiento, es imposible de encerrar.
En el Museo Los Baños, de Alhama de Murcia, se ha inaugurado el primer día de este marzo borrascoso una exposición conmovedora de alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Murcia. ‘Escultura en acción. Trascender, Transformar, Sostener’, en ese diminuto y más que digno MOMA acristalado, bajo un castillo medieval, es una muestra de talento y compromiso, con vocación de volar. Antes de que en la Florencia de los Medici el David de Miguel Ángel se convirtiera en un símbolo de libertad, la escultura siempre ha dialogado con el público, pero nunca, hasta este siglo frenético, nos había cuestionado tantas cosas.
Un tipi indio que hay en el centro de este espacio expositivo invita a volver a la infancia, con mantas revueltas aún con la tibieza del sueño, sólo el oso con el jersey pequeño tejido por una madre parece a punto de despertar; bajo una manta de estrellas titilantes se resguardan la memoria y la inocencia. Los alumnos de Bellas Artes son ese consuelo del que Van Gogh hablaba antes de dejar para la eternidad su maravillosa luz y su mirada de esperanza.
Hay un mapa en el que interactuar con fronteras, un olivo, Zaytun (su nombre en árabe) que se yergue altivo frente al genocidio en Gaza y recuerda a los que aún siguen en pie. El azar y la necesidad se invocan con un enorme dado para ver en qué parte del mundo pudiste nacer, y la porción de fortuna que te corresponde. Si miras arriba, al entrar, verás en un plástico asfixiante toda esa basura que tiramos y que el mar nos devuelve como un eco manchado de alquitrán. En una inmaculada cuna donde se escucha el llanto de un bebé, si nos asomamos veremos el abismo. El consumo y sus depredaciones varias están representados con un templo hecho de bolsas de papel. Todas estas instalaciones hablan y proponen un modelo de cambio.
Los jóvenes artistas han recreado infamias como el matrimonio infantil, o el miedo bajo las bombas. O los retazos de pinos quemados en el incendio de Carrascoy, reliquias convertidas en un piano, que alguna vez tocará una canción. Y la naturaleza al vacío nos muestra el corsé que nos asfixia con los excesos de las compras zombies y descontroladas. Emocionan el talento y la fuerza con la que estos alumnos convierten sus inquietudes en belleza.
Para los que somos profanos, el artista hace un milagro divino que fluye por el torrente sanguíneo desde lo más profundo del alma hasta las manos con las que crea. Ellos trascenderán con sus obras, transformarán este viejo mundo impredecible, lo sostendrán con valores de justicia e igualdad, porque el arte, a fin de cuentas, es el medio más coherente para acercarse a la verdad. Pero yo sólo quería contar que estas alumnas, los alumnos y la formidable sombra de una profesora son imprescindibles para nuestra desconfiada humanidad. Como esta estación, han florecido entre el amenazante ruido del tambor. Y cuando todo pase lo único que permanecerá serán las obras de los jóvenes artistas, los alquimistas de la materia.
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