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En la película Los feos, de reciente estreno, el mundo está gobernado por la dictadura de la belleza física. Al cumplir 16 años, todos los jóvenes son sometidos a una cirugía plástica para convertirse en guapos y desde esa superioridad estética, que los líderes de esa sociedad distópica defienden como garantía de igualdad, pasan a integrarse en la normalidad. Ése es al menos el punto de partida del filme en cuestión -que es pésimo, incluso por momentos patético, pese a lo interesante de la propuesta inicial-, que nos viene al pelo para introducir un tema que lleva un tiempo palpitando en las redes a partir de un reportaje publicado en la revista Dazed: el del advenimiento, anunciado por algún cirujano plástico especialmente despierto y optimista, de la que ya se ha bautizado como la era de lo indetectable en belleza, y cuyo correlato lógico llevaría por título Y de la eterna juventud (de la fachada, claro).
La autora del artículo, la modelo Bee Beardsworth, echa mano, para dar soporte a su historia, de una reciente aparición de Christina Aguilera en un evento en Japón donde la cantante, en vez de aparentar los 43 años que tiene, semeja 20 menos. El vídeo, que acumula ya 22,5 millones de visualizaciones en TikTok, ha dejado turulato a medio mundo, como se deja ver en los 28.353 comentarios al post: "Al cirujano de Christina Aguilera yo le confiaría mi vida entera", dice una seguidora; "¿Qué brujería es esta?", pregunta otra; "Quiero una explicación no satánica", requiere una más. Conviene reseñar que, además de su rostro superjuvenil, la cantante ha perdido mucho peso (aunque esto no es novedoso, ya que no es la primera vez que la talla de Xtina cambia drásticamente de una temporada para otra).
A falta de una explicación oficial, un buen número de cirujanos plásticos ha aprovechado el tirón del asunto para opinar sobre qué ha hecho la artista con su cuerpo y su rostro. El médico británico Jonny Betteridge se ha inclinado en sus redes por una mezcla de Ozempic y lifting; el venezolano José Alirio Rondón se ha decantado, por el contrario, por rellenos y estimuladores del colágeno. Pero el que más tajada le ha sacado sin duda al asunto ha sido el doctor Prem Tripathi, que, desde California, donde tiene su lujosa consulta, respondió a las preguntas que le hizo Dazed sobre el tema y se marcó la siguiente: lo de Xtina es, según él, una señal -inequívoca además-, de que estamos entrando en la mencionada era de lo indetectable: "Está aquí, y mucha gente está como loca con la idea. El maquillaje, los tratamientos y la cirugía se han alineado para hacer de la era de lo indetectable la gran novedad de 2025".
En su podcast Give Good Face: Clean Clinical Science, el cirujano y dermatólogo neoyorquino (especializado en problemas tan graves como el cáncer de piel) Anthony Rossi compartía el entusiasmo de Tripathi e incluso subía la apuesta: "No sólo es indetectable; es discreto". Y seguía: "Es minimalista y sutil, pero mejora, sin exageraciones como mejillas abultadas o caras congeladas. Es realmente agradable y refinado. Me encanta".
El hueso, la última frontera
¿Hay para tanto o es todo puro márketing?, cabe preguntarse. Como Tripathi y Rossi nos pillan lejos, hablamos con la prestigiosa médica estética Virtudes Ruiz (Virtudestética) sobre hasta qué punto la era de lo indetectable es real o sólo un espejismo. ¿Estamos cerca del momento en que la medicina estética y la cirugía plástica consigan que una persona parezca naturalmente rejuvenecida, donde la terrible cara de operada haya pasado a la historia, o aún quedan muchos obstáculos para eso?
"Estamos mucho más cerca que hace unos años, desde que nos dimos cuenta de que es imprescindible tratar la piel, los músculos y la grasa que se atrofia y no es suficiente con hacer un estiramiento con cirugía. Porque puedes estar muy estirada, sin papada, etc., pero si no has tratado tu piel para rejuvenecerla, eliminar manchas, aportar colágeno y ácido hialuronato... se verá una piel tensa, pero igualmente envejecida. Los láseres no ablativos y los estimuladores del colágeno, bien con sustancias infiltradas (como hidroxiapatita, poliláctico, polidioxanona...) o con aparatología como los ultrasonidos microfocalizados, son los que hacen que estas cirugías resulten ahora muy naturales".
Pero todavía queda una importante frontera infranqueada, explica la experta, y no es moco de pavo, precisamente. "El mayor reto de la medicina estética hoy es poder tratar el hueso para ralentizar el envejecimiento facial. Actualmente podemos actuar a todos los niveles menos al óseo y los huesos de la estructura facial cambian mucho con el paso del tiempo y con ellos también el apoyo del resto de estructuras. Por ejemplo, las órbitas se hacen mayores, el maxilar se hunde, la mandíbula se retrae... Perdemos nuestra estructura ósea juvenil y eso avejenta mucho los rostros. El día que podamos controlar eso -que espero sea pronto-, habremos dado ese gran paso para conseguir rostros rejuvenecidos y naturales a la vez, donde no se puedan detectar realmente las intervenciones". ¿Para cuándo? "En una década puede que todo eso se pueda realizar, incluso antes, pero para que esté al alcance de la mayoría deberá pasar bastante más tiempo", añade Virtudes Ruiz.
Precocidad estética
Otro factor que señalan los expertos para explicar resultados estéticos como el de Xtina es de carácter demográfico. Hoy, la gente empieza a hacerse tratamientos estéticos antes. Y resulta que no es lo mismo dejar que se te llene la cara de arrugas para después hacerte un lifting Madonna style, que ir actuando aquí y allá, sutilmente, a partir de los veintitantos. Lo confirman los datos que maneja la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), según los cuales la edad de iniciación en los tratamientos estéticos se ha adelantado 10 años desde 2017, de los 35 a los 26 (aunque, ojo, también se incluyen aquí las depilaciones con láser, medidas contra el acné...). Asimismo ha aumentado, en un 20%, el porcentaje de personas de entre 16 y 25 años que se ha hecho algún tratamiento.
Todo parece apuntar, por tanto, a que tenemos que ir preparándonos para asistir al espectáculo de la eterna juventud (de la apariencia, ojo, que los interiores son otro asunto) de quien pueda permitírsela, como Christina Aguilera. Y esa lozanía congelada en el tiempo tendrá mucha más influencia sociológica e impacto psicológico de lo que ahora podamos imaginar.
Para empezar, está claro que la juventud suspendida que se avecina será un símbolo de estatus, como hoy lo es el iPhone para el quinceañero o el Birkin para las pijas de verdad. Relata Katja Eichinger en su libro Moda y otras neurosis (Plankton Press, 2022) que cuando coincide con un grupo de millonarias, entre ellas la actriz Joan Collins, en un exclusivo restaurante de Los Ángeles, llega a la conclusión de que esos rostros remodelados por la cirugía no buscan aparentar juventud o atractivo. "A esas mujeres lo que les importaba era el reconocimiento dentro de su grupo de mujeres similares y operadas. Se trataba de un juego social. ¿Quién se había hecho qué en qué médico? ¿A quién le había quedado mejor? ¿Quién tenía el rostro más caro?". Y más adelante: "Una cara modificada artificialmente expresa pertenencia a una clase socioeconómica determinada. La cara como símbolo de estatus".
Un futuro artificialmente natural
Pues bien, estos rostros artificiales serán sustituidos en un tiempo no muy lejano por caras rejuvenecidas artificialmente pero de aspecto natural como la de Christina Aguilera (a la que definitivamente es muy difícil calcularle la edad), aunque resulte artificial, sí, en su puesta en escena -porque el maquillaje que domina hoy la pose frente al objetivo fotográfico es excesivo, subrayado como el de un personaje femenino de cómic, al borde de la caricatura a veces). Muchos cirujanos plásticos, como algunos de los anteriormente mencionados, celebran este nuevo estilo de belleza, que desde otros frentes se mira con más desconfianza. Ya nos advertía en 2000 Lourdes Ventura en su libro La tiranía de la belleza (Plaza&Janés) de que "la naturalidad no parece posible en la civilización del narcisismo y del espectáculo".
Le preguntamos a la filósofa Maria Teresa Russo, profesora en la Universidad Roma Tre y autora, entre muchos otros, del artículo Beauty, Nature and Artifact. The Utopias of The Post-Natural Body (belleza, naturaleza y artefacto. Las utopías del cuerpo postnatural) por la eterna juventud como símbolo de estatus en un futuro cada vez más previsible. "Sin duda, si el trend de la juvenilización se mantuviera constante o aumentara, nos enfrentaríamos a una contrautopía: la de una sociedad en la que domina la tríada joven-sano-bello. Hoy en día, la radicalización del principio de autonomía nos hace creer que somos dueños absolutos de nuestros cuerpos. En realidad, no somos mentes que gobiernan cuerpos totalmente dóciles a nuestros deseos", explica.
Es decir, que por mucho que luchemos contra el tiempo, siempre llevaremos las de perder. Como añade la filósofa: "Nuestro cuerpo es un recurso, pero también una resistencia. Gracias al cuerpo habitamos el mundo, nos expresamos y comunicamos, pero llega un momento en que el cuerpo, con la enfermedad, el envejecimiento, la discapacidad, se vuelve opaco, porque oculta o impide la plena expresión del yo. Precisamente en estas circunstancias se hace aún más importante poder ver la dignidad de la persona en su cuerpo y más allá de él".
Nos vemos casi cinco años más jóvenes
Con lo anterior tiene mucho que ver la conclusión que saca Bee Beardsworth en su artículo. Tras destacar que la triste verdad es que al final interesa más el aspecto de Christina Aguilera que su desempeño como artista, la prometida era de lo indetectable señala hacia la brecha cada vez más estrecha entre nuestro yo real y cómo nos desempeñamos. Es decir, nos habla de esa sensación compartida por millones de mujeres en Occidente que se sienten mucho más jóvenes de lo que dice su edad oficial. De hecho, una investigación realizada por la empresa Vivaz revelaba hace unos años que el 65% de las españolas se veía más pipiola de lo que era realmente. De media, 4,8 años más jóvenes.
Así que, por mucho que leamos a Simone de Beauvoir, a Susan Bordo o a la propia Lourdes Ventura cuando afirma que "el cuerpo de la mujer en el primer mundo aparece hoy más que nunca como un cuerpo-objeto, un cuerpo sometido a modelos externos, presionado por los cánones estéticos de un mercado unificador y asfixiante", al final, esa nueva belleza natural carísima se convertirá con toda probabilidad en un nuevo objeto de deseo masivo para las señoras. Porque, como apunta Eichinger, "constatar el carácter efímero del propio cuerpo es descorazonador. Resistir la incesante tentación de la supuesta juventud eterna es agotador. Verse cansada al mirarse al espejo fatiga aún más. Y, sobre todo, existen pocos casos de iconos femeninos que den ejemplo sobre cómo se puede envejecer sin bótox y sin intervenciones quirúrgicas y continuar siendo atractiva".
Las preguntas con las que Beardsworth culmina su reportaje sobre la era de lo indetectable resultan más que interesantes como materia de reflexión: ¿hasta dónde estaremos dispuestos a llegar para seguir siendo jóvenes, bellos y relevantes? ¿Volveremos a envejecer con gracia algún día? ¿Alguna vez quisimos realmente envejecer con gracia?».
Maria Teresa Russo, en su artículo antes mencionado, hace un llamamiento a recuperar lo que nos hace humanos en contra de toda la artificialidad que se nos propone hoy como piedra angular de la felicidad: "Sólo la capacidad de acoger lo inesperado e incontrolable puede permitirnos conciliar la legítima búsqueda de la belleza y la salud con la inevitable imperfección que siempre acompaña a lo humano". En 10 años volvemos a hablar, a ver si parecemos dos décadas más jóvenes o hemos sabido aprender a seguir la corriente a nuestras arrugas.
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